14.6.13

Bienaventurados....

Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo...

Todo maestro espiritual, ora sea una encarnación divina o un alma iluminada, tiene dos conjuntos de enseñanzas: uno para la multitud, el otro para sus discípulos. El elefante tiene dos juegos de dientes: los colmillos con los que se defiende de las dificultades externas y los dientes con los que come. El maestro espiritual prepara el camino para su mensaje con lecciones amplias: con sus colmillos, por así decirlo, la verdad interna de la religión sólo la revela a sus discípulos íntimos. Pues la religión es algo que puede transmitirse realmente. Un maestro verdaderamente iluminado puede transmitirnos el poder que desarrolla la consciencia divina latente dentro de nosotros. Pero el campo debe ser fértil y el suelo dispuesto antes que pueda sembrarse la semilla.

Cuando las multitudes llegaban los domingos para visitar a Sr¡ Ramakrishna, el místico más vastamente reverenciado de la India moderna, les hablaba de un modo general que las beneficiaba. Pero cuando en torno de él se congregaban sus discípulos íntimos, como me lo contó uno de ellos, se aseguraba de que no acertasen a oírle otros mientras les daba las sagradas verdades de la religión. No es que las verdades mismas sean secretas: están documentadas y cualquiera puede leerlas. Pero lo que él daba a estos discípulos era más que enseñanzas verbales. Con disposición divina, elevaba la consciencia de aquellos.

Cristo enseñó del mismo modo. No pronunció el Sermón del Monte a las multitudes, sino a sus discípulos, cuyos corazones estaban preparados para recibirlo. Las multitudes no pueden aún entender la verdad de Dios. No la quieren realmente

Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

En esta bienaventuranza, Cristo habla de la característica principal que el discípulo deberá tener antes de estar preparado para aceptar lo que el maestro iluminado ha de ofrecerle. Deberá ser pobre en espíritu; en otras palabras, deberá ser humilde. Si un hombre tiene orgullo por erudición, riqueza, belleza o linaje, o tiene ideas preconcebidas acerca de lo que es la vida espiritual o acerca de cómo ha de enseñársele, su mente no es receptiva para las enseñanzas superiores. En el Bhagavad-Gita, el evangelio de los hindúes, leemos: "Aquellas almas iluminadas que han realizado la Verdad te instruirán en el conocimiento de Brahman –el conocimiento trascendente de Dios– si te postras ante ellas, las interrogas y las sirves como discípulo."

Bienaventurados los que lloren, porque ellos recibirán consolación.

Mientras pensemos que somos ricos en bienes mundanos o en conocimiento, no podremos hacer un progreso espiritual. Cuando sintamos que somos pobres en espíritu, cuando nos aflijamos porque no hemos realizado la verdad de Dios, sólo entonces seremos consolados. Sin duda, todos lloramos, ¿pero, por qué? Por la pérdida de los placeres y las posesiones mundanos. Pero no es ése el género de lloro del que Cristo habla. El lloro al que Cristo llama "bendito" es muy raro, porque surge de un sentido de pérdida espiritual, de soledad espiritual. Es un llanto que viene necesariamente antes de que Dios nos consuele. La mayoría de nosotros estamos muy satisfechos con la vida superficial que llevamos. En el fondo de nuestras mentes quizá sepamos que nos falta algo, pero aún nos apegamos a la esperanza de que esta carencia podrán llenarla los objetos sensorios de este mundo.

Sr¡ Ramakrishna solía decir: "La gente llora ríos de lágrimas porque no le nace un hijo o porque no puede volverse rica. ¿Pero quién derrama siquiera una lágrima porque no ha visto a Dios?"
Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.

La ignorancia y el engaño son características de la mente irregenerada. A esta ignorancia la confirma y sostiene nuestro sentido del ego: nuestra idea de que estamos separados uno del otro y de Dios. Deberá vencerse el "egotismo" si ha de liberarse a la mente del engaño. Por tanto: bienaventurados sean los mansos. Pero, ¿por qué Cristo dice que heredarán la tierra?

A primera vista, esto parece difícil de entender. Entre los aforismos yóguicos de Patanjali (yoga significa unión con Dios; también, el sendero hacia esa unión) hay uno que corresponde a esta bienaventuranza: "El hombre que se confirma en no robar se convierte en el amo de toda la riqueza". ¿Qué quiere decir "no robar"?... Significa que debemos renunciar al engaño egotístico de que podemos poseer cosas, de que todo puede pertenecernos exclusivamente como individuos. Podemos pensar: "Pero somos buena gente. ¡No robamos nada! Cuanto tenemos, lo hemos trabajado y ganado. Nos pertenece por derecho". Pero la verdad es que nada nos pertenece. Todo pertenece a Dios. Cuando consideramos algo de este universo como nuestro, nos estamos apropiando de una posesión de Dios.

Los conquistadores, que procuran convertirse en amos del mundo por la fuerza de las armas, jamás heredan nada, salvo preocupaciones, trastornos y dolores de cabeza. Los avaros que acumulan enormes riquezas están sólo encadenados a su oro, nunca lo poseen realmente. Pero el hombre que renunció a su sentido de apego experimenta las ventajas que las posesiones deparan, sin la miseria que trae la posesividad.

A muchas personas les desagrada esta frase de Cristo porque piensan que los mansos jamás podrán lograr nada. Piensan que en la vida no ha de tenerse felicidad a no ser que uno sea agresivo. Cuando se les dice que renuncien al ego, que sean mansas, tienen miedo de que lo perderán todo. Pero están equivocadas. Según las palabras del Swami Brahmananda: "Las personas que viven en los sentidos piensan que están gozando la vida. ¿Qué saben acerca del goce? Sólo quienes están llenos de bienaventuranza divina gozan realmente la vida."

Pero los argumentos no probarán esta verdad. Tenéis que experimentarla; sólo entonces os convenceréis.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

¿Cuál es la justicia por la que Cristo nos quiere hambrientos y sedientos? Es la justicia que, en una cantidad de pasajes del Antiguo Testamento, es prácticamente sinónimo de salvación: en otras palabras, de liberación del mal y de unión con Dios. Esta justicia no es, por tanto, lo que corrientemente juzgamos como virtudes morales o buenas cualidades, no es el bien relativo como opuesto al mal, o la virtud relativa como opuesta al vicio, sino la justicia absoluta, el bien absoluto. El hambre y la sed de justicia de los que hable Cristo es un hambre y una sed de Dios mismo.

A quienes le preguntaban cómo alcanzar a Dios, Sri Ramakrlshna les decía: "Grítale con corazón anheloso, y entonces le verás. Después de la rosada luz del amanecer sale el sol; de modo parecido, el anhelo es seguido por la visión de Dios. El se revelará a ti con la fuerza combinada de estos tres apegos: el apego de un avaro a su riqueza, el de una madre a su hijo recién nacido, y el de una esposa casta a su marido. El anhelo intenso es el modo más seguro de la visión de Dios."

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia

Uno de los aforismos yóguicos de Patanjali, el padre de la psicología hindú, corresponde a esta bienaventuranza: "La calma imperturbada de la mente se alcanza cultivando la amigabilidad hacia los felices, la misericordia y la compasión hacia los infelices, el deleite en los virtuosos, y la indiferencia hacia los malvados."

Ser misericordiosos es una de las condiciones necesarias antes de que podamos recibir la verdad de Dios. La envidia, los celos, el odio: éstas son algunas de las debilidades universales innatas en el hombre. Están ligadas con nuestro sentido del ego que brota de la ignorancia. ¿Cómo hemos de vencerlas? Elevando una ola contraria de pensamiento.

Cuando alguien es feliz, no hemos de sentir celos de él; hemos de tratar de realizar nuestra amistad y unidad y ser felices con él. Cuando alguien es infeliz, no hemos de estar alegres; hemos de sentir compasión y ser misericordiosos. Cuando un hombre es bueno, no seamos envidiosos. Cuando es malo, no le odiemos. Seamos indiferentes con los malvados. Cualquier pensamiento de odio, hasta el denominado "justo odio" hacia el mal, alzará una ola de odio y mal en nuestras mentes, acrecentando nuestra ignorancia y desasosiego.

Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.

En toda religión hallamos dos principios básicos: el ideal a realizar y el método de realización. Todas las escrituras del mundo han proclamado la verdad de que Dios existe y de que la finalidad de la vida del hombre es conocerle. Todos los grandes maestros espirituales han enseñado que el hombre debe realizar a Dios y renacer en el espíritu. En el Sermón del Monte, el logro de este ideal se expresa como la perfección en Dios: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto". Y el método de realización que Cristo enseña es la purificación del corazón que conduce a esa perfección.

Según la psicología del Yoga, hay cinco causas radicales de la mente. Primera es la ignorancia, en un sentido universal, de nuestra naturaleza divina. Dios mora en y en torno de nosotros, pero no somos conscientes de esta verdad. En vez de ver a Dios, vemos este universo de muchos nombres y formas que creemos que son reales. Tal como un hombre que ve una soga tirada en el suelo, en la oscuridad, puede creer, en el crepúsculo de su ignorancia, que es una víbora.

En segundo término, está el sentido del ego, proyectado por esta ignorancia, que nos hace pensar en nosotros como separados de Dios y uno del otro. Del sentido del ego desarrollamos el apego y también la aversión; somos atraídos por una cosa, rechazados por otra. El deseo y el odio son obstáculos en el sendero hacia Dios.

La quinta causa de las impresiones mentales impuras es la sed de vivir, que Buddha llama tanha, y a la que se refiere Cristo cuando dice: "Pues quien salve su vida la perderá". Este apego a la vida, o miedo a la muerte, es natural a todos, buenos y malos por igual. Sólo el alma iluminada no tiene ignorancia, no tiene sentido del ego, apego, aversión ni miedo a la muerte; todas las impresiones han desaparecido.

Un método para calmar la mente y crecer en pureza es procurar sentir que ya somos puros y divinos. Esto no es un engaño. Dios nos creó a su imagen; por tanto, la pureza y la divinidad son básicamente nuestra naturaleza. Si durante toda nuestra vida gritamos que somos pecadores, sólo nos debilitamos. Sri Ramakrishna solía decir que repitiendo constantemente "Soy un pecador", uno realmente se convierte en pecador. Uno ha de tener una fe tal como para poder decir: "He entonado el santo nombre de Dios. ¿Cómo podrá haber pecado alguno en mí?"
"Admite tus pecados al Señor", enseñó Sr¡ Ramakrishna, "y haz voto de no repetirlos. Purifica el cuerpo, la mente y le lengua entonando su nombre. Cuanto más te muevas hacia la luz, más lejos estarás de la oscuridad.

Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios

Sólo cuando hemos sido iluminados por el conocimiento unitivo de Dios nos convertimos realmente en sus hijos y pacificadores. Por supuesto, es cierto que somos siempre sus hijos, aún en la ignorancia. Pero en la ignorancia, nuestro ego está "inmaduro"; es autoafirmativo y se olvida de Dios. No podremos traer paz hasta que hayamos realizado nuestra unidad con Dios y con todos los seres. En el estado de consciencia trascendental (esa perfecta unión divina que los hindúes llamen samadhi) el alma iluminada no tiene ego; su ego está fundido en la Deidad.
Cuando él retorna a un plano inferior de consciencia, es nuevamente consciente de su individualidad; pero ahora tiene un sentido "maduro" del ego que no crea para él ni para los demás esclavitud alguna. Ilustrado este ego maduro, las escrituras hindúes hablan de una soga quemada; tiene la apariencia de una soga, pero no puede atar nada. Sin tal ego, al hombre-Dios no le sería posible vivir en forma humana y enseñar.

Es el pacificador del que Cristo habla en las Bienaventuranzas. Me acuerdo de una vida que he visto: la vida de mi maestro, el Swami Brahmananda. Quienquiera llegaba a su presencia sentía una alegría espiritual. Y dondequiera fuese, llevaba consigo una atmósfera de fiesta.

Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.

Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.

Las personas mundanas no entienden el valor de la vida espiritual. Se burlan a menudo del aspirante espiritual, y a veces le vituperara y tratan de injuriarle. Pero el hombre religioso no reacciona ante esto. Su mente está fija en Dios; por tanto, siente la unidad, ve la ignorancia, y es misericordioso. Pero si es criticado o perjudicado, no se compromete; no escoge complacer a las personas mundanas.

Ningún hombre realmente espiritual cumplirá acción alguna por el hecho de causar una buena impresión a los demás, o a fin de crear prestigio para sí. A veces siente precisamente lo contrario: que si tiene que ir en contra de todo el mundo por causa de Dios, lo hará, y hará eso solo; no le preocupa lo que los demás piensen de él.

SWAMI PRABHAVANANDA

SERMON DEL MONTE SEGÚN LA VEDANTA

9.6.13

Vipassana







El arte de vivir

Meditación Vipassana

por S. N. Goenka

(Este artículo está basado en una conferencia que dio Goenkaji en Berna, Suiza, en 1980)




Todos buscamos la paz y la armonía porque carecemos de ellas en nuestras vidas. De vez en cuando todos experimentamos agitación,irritación, falta de armonía, sufrimiento. Cuando esto sucede no lo guardamos para nosotros sino que lo distribuimos a los demás. Una persona desdichada impregna el ambiente que le rodea de agitación y quienes están cerca de ella también se alteran, se irritan.

Ciertamente, ésta no es la manera más adecuada de vivir.

Tenemos que vivir en paz con nosotros mismos y en paz con los demás porque, en última instancia, los seres humanos somos seres sociales que vivimos dentro de una sociedad interrelacionada. Pero ¿cómo vivir en paz y armonía interior y mantenerlas para que los demás puedan también vivir en paz y armonía?

Para librarnos de nuestra agitación tenemos que conocer sus razones básicas, la causa del sufrimiento. Al investigar este problema, nos damos cuenta de que nos sentimos agitados en cuanto generamos negatividades o contaminaciones en la mente. La negatividad, la contaminación o la impureza mental no pueden coexistir con la paz y la armonía.

¿Cómo empezamos a generar negatividades? También aquí nos damos cuenta, al investigar, de que nos sentimos desdichados cuando estamos con alguien que se comporta de una manera que no nos gusta o cuando sucede algo que nos desagrada. Cuando ocurre algo que no deseamos surge tensión en nuestro interior y también surge cuando no ocurre o existen obstáculos para que se cumpla algo que deseamos. Con todo eso empezamos a atar nudos en nuestro interior. Y como durante toda la vida van a suceder cosas que no queremos y las deseadas puede que sucedan o puede que no sucedan, este proceso de reacción, de atar nudos –nudos gordianos, hace que toda la estructura física y mental esté tan tensa y tan llena de negatividades que la vida se vuelve miserable.

Una manera de resolver este problema sería arreglar las cosas para que en nuestra vida no ocurriera nada indeseado, para que todo sea tal y como deseamos. Para lograrlo, tendríamos que desarrollar en nosotros un poder extraordinario o bien conseguir que venga en nuestra ayuda alguien que lo posea. Pero tal cosa es imposible. No existe nadie en el mundo que pueda satisfacer todos sus deseos. No hay nadie cuya vida transcurra como quiere, sin que pase algo no deseado. Constantemente ocurren cosas que van en contra de nuestros deseos y anhelos. De ahí –la pregunta: ¿Cómo podemos dejar de reaccionar ciegamente cuando enfrentamos situaciones que no nos gustan? ¿Cómo podemos dejar de generar tensión y permanecer llenos de paz y armonía?

Tanto en la India como en otros países hubo personas santas y sabias que estudiaron este problema —el problema del sufrimiento humano— y encontraron una solución: cuando ocurre algo no deseado y empezamos a reaccionar con ira, miedo o negatividad, hay que dirigir lo antes posible la atención a cualquier otra cosa. Por ejemplo: levantarnos, tomar un vaso de agua y comenzar a beber; de esta manera la ira no se multiplicará sino que empezará a disminuir. O empezar a contar: uno, dos, tres, cuatro…

O repetir una palabra, una frase o un mantra o quizás el nombre de un dios o una persona santa hacia la que sintamos devoción. Así desviamos la mente y hasta cierto punto, nos liberamos de la negatividad, de la ira.

Esta solución era útil, funcionaba y aún funciona; al practicarla, la mente se siente libre de agitación. No obstante, sólo funciona en el nivel de la mente consciente porque lo que de hecho hacemos al desviar la atención es empujar la negatividad a lo más profundo del inconsciente donde seguimos generándola y multiplicándola. Hay paz y armonía en la superficie, pero en las profundidades de la mente hay un volcán dormido de negatividad reprimida que tarde o temprano entrará en erupción con una gran explosión.

Hubo otros exploradores de la verdad interna que llegaron algo más allá en su búsqueda. Tras experimentar en su interior la realidad de la mente y la materia, se dieron cuenta de que desviar la atención es sólo huir del problema. Escapar no es una solución;hay que enfrentar el problema. Cuando surja una negatividad en la mente, obsérvala, hazle frente. Tan pronto como comiences a observar la contaminación mental, ésta empezará a perder fuerza y poco a poco se irá marchitando y podrá ser erradicada de raíz.

Es una buena solución que evita los dos extremos: la represión y dar rienda suelta. Enterrar la negatividad en el inconsciente no la erradicará y permitir que se manifieste con un acto físico o verbal dañino sólo creará más problemas. Pero si te limitas a observarla, la contaminación desaparecerá y estarás libre de esa contaminación.

Esto suena maravilloso, pero ¿se puede realmente practicar? ¿Resulta fácil para una persona común y corriente enfrentarse a las contaminaciones? Cuando surge la ira, nos toma tan de sorpresa que ni siquiera nos damos cuenta de ello. Arrastrados por la ira cometemos actos físicos o mentales que nos dañan a nosotros mismos y a los demás. Poco después, al desaparecer la ira, empezamos a llorar y a arrepentirnos, pidiendo perdón a los demás o pidiendo perdón a Dios. Pero la próxima vez que nos encontramos en una situación semejante, volvemos a reaccionar de la misma forma. El arrepentimiento no nos ha servido para nada.

La dificultad estriba en que no somos conscientes del momento en el que comienza esta contaminación. Empieza en las profundidades de la mente inconsciente y cuando llega al nivel consciente, ha tomado tal fuerza que nos arrastra y ya no podemos observarla.

Supongamos por un momento que contrato una secretaria privada para que me avise cuando surja la ira diciéndome: “Mire, va a aparecer la ira”. Pero como no sé cuándo va a surgir la ira, tengo que contratar tres secretarias para poder cubrir tres turnos que abarquen las veinticuatro horas del día. Supongamos que puedo mantener ese gasto y que aparece la ira. Inmediatamente mi secretaria diría: “Mire, la ira ha comenzado”. Lo primero que haría sería contestarle de mal modo: “¡Eres tonta! ¿Crees que te pago para que me lleves la contraria?” La ira me arrastraría de tal forma que un buen consejo no podría ayudarme.

Supongamos que prevalece la sabiduría y que no le regaño sino que le digo: “Muchas gracias, ahora debo sentarme y observar mi ira”. Pero ¿acaso eso es posible? Nada más cerrar los ojos para observar la ira, el objeto de mi ira —ya sea una persona o un incidente— surge de inmediato en mi mente y ya no observo la propia ira sino meramente el estímulo externo de la emoción. Esto sólo me conducirá a la multiplicación de la ira y por lo tanto, no es una solución. Es muy difícil observar una negatividad abstracta, una emoción abstracta, separada del objeto exterior que la originó.

Sin embargo, hubo alguien que, habiendo alcanzado la verdad última, encontró una solución auténtica. Descubrió que al surgir una contaminación en la mente, ocurren dos cosas simultáneamente en el campo físico. Una es que la respiración pierde su ritmo normal. Es fácil observar que respiramos más fuerte cuando surge una negatividad. Y en niveles más sutiles, se inicia una reacción bioquímica en el cuerpo que da lugar a una sensación. Todas las contaminaciones generan algún tipo de sensación en el cuerpo.

Esto es lo que nos ofrece una solución práctica: una persona corriente no puede observar las contaminaciones abstractas de la mente como el miedo, la ira o la pasión. Pero con un adiestramiento adecuado y con práctica es fácil observar la respiración y las sensaciones del cuerpo y ambas están relacionadas directamente con las contaminaciones mentales.

La respiración y las “sensaciones” ayudan de dos formas. Primero, se comportarán como secretarias privadas. En cuanto surja una impureza en la mente, la respiración dejará de ser normal y empezará a gritarnos: “¡Algo anda mal!” y como no podemos regañar a la respiración, tenemos que aceptar su aviso. De igual forma, también las sensaciones nos dirán que algo va mal. Una vez que nos avisan, podemos empezar a observar la respiración, a observar las sensaciones y nos daremos cuenta que la negatividad desaparece en seguida.

Este fenómeno físico-mental es como una moneda con dos caras. En una cara están los pensamientos y las emociones que surgen en la mente; en la otra, la respiración y las sensaciones del cuerpo. Todos los pensamientos y las emociones, todas las impurezas mentales que surgen, se manifiestan en la respiración y en las sensaciones de ese momento. Por eso, al observar las sensaciones o la respiración, estamos observando, de hecho, las contaminaciones mentales. En vez de huir del problema, nos enfrentamos a la realidad tal y como es y las negatividades ya no nos arrastran como sucedía en el pasado. Si perseveramos, terminarán por desaparecer y empezaremos a vivir una vida feliz y en paz, una vida cada vez más libre de negatividades.

De esta manera, la técnica de la auto-observación nos muestra los dos aspectos de la realidad: el interno y el externo. Antes sólo mirábamos al exterior, perdiendo la verdad interna; buscábamos en el exterior la causa de nuestra desgracia, culpando siempre a algo o a alguien e intentando cambiar la realidad externa. Al ignorar la realidad interior, nunca entendíamos que la causa del sufrimiento reside en el interior, en nuestras propias reacciones ciegas hacia las sensaciones agradables y desagradables.

Ahora, con el entrenamiento, podemos ver la otra cara de la moneda, podemos ser conscientes de nuestra respiración y también de lo que ocurre en nuestro interior. Sea lo que sea, respiración o sensación, aprendemos a observar sin desequilibrar la mente. Dejamos de reaccionar y de multiplicar nuestra desdicha. En vez de ello, permitimos que las impurezas se manifiesten y desaparezcan.

Las negatividades se disuelven más rápidamente cuanto más se practica esta técnica. Poco a poco la mente se libera de las contaminaciones y se hace pura. Una mente pura está siempre llena de amor —amor desinteresado hacia los demás, llena de compasión hacia el sufrimiento y las faltas ajenas, llena de alegría al ver los triunfos y la felicidad de los demás, llena de ecuanimidad ante cualquier situación.

Al llegar a este estado nuestra conducta habitual cambia. Ya no es posible cometer actos físicos o verbales que puedan

perturbar la paz y la felicidad ajenas. Una mente equilibrada no sólo está llena de paz, sino que impregna el ambiente que la rodea de paz y armonía y esto empieza a afectar a los demás, ayudándolos también.

Al aprender a mantenernos equilibrados, hacemos frente a lo que experimentamos en nuestro interior y desarrollamos desapego hacia todas las situaciones externas que nos encontramos. Pero este desapego no es escapismo ni indiferencia hacia los problemas mundanos. Quienes practican Vipassana con regularidad se sensibilizan más ante el sufrimiento de los demás y hacen todo lo posible para aliviar el sufrimiento en la forma que puedan —sin agitación, con la mente llena de amor, compasión y ecuanimidad.

Aprenden el desprendimiento de los santos, aprenden a entregarse por completo, a ocuparse totalmente de ayudar a los demás manteniendo simultáneamente el equilibrio de la mente. Así permanecen llenos de paz y felicidad mientras trabajan por la paz y la felicidad de los demás.

Esto es lo que el Buda enseñó: un arte de vivir. No fundó ni enseñó una religión, un “-ismo”, ni enseñó ritos o rituales, ni

ninguna formalidad vacía a quienes se acercaban a él; enseñó a observar la naturaleza tal y como es, observando la realidad interna.

Debido a nuestra ignorancia reaccionamos constantemente de manera que nos dañamos o dañamos a los demás. Pero cuando surge la sabiduría —la sabiduría de observar la realidad tal y como es— desaparece el hábito de reaccionar. Cuando dejamos de reaccionar ciegamente, somos capaces de realizar actos verdaderos, actos que emanan de una mente equilibrada, una mente que ve y comprende la verdad. Una acción así sólo puede ser positiva, creativa, capaz de ayudarnos a nosotros y a los demás.

Por eso es necesario “conocerse a sí mismo”—consejo que han dado todos los sabios. Debemos conocernos a nosotros mismos, no sólo en el ámbito intelectual de ideas y teorías, no sólo emocionalmente o a través de la devoción, aceptando de forma ciega los que hemos oído o leído. Este conocimiento no es suficiente. Debemos conocer la realidad por medio de la experiencia.

Debemos experimentar directamente la realidad de este fenómeno físico-mental. Únicamente esto es lo que nos ayudará a estar libres de nuestro sufrimiento.

Esta experiencia directa de nuestra realidad interna, esta técnica de auto-observación, es lo que se llama meditación Vipassana. En la lengua que se hablaba en la India en la época de Buda, “passana” significa ver las cosas de forma corriente, con los ojos abiertos. “Vipassana” es observar las cosas tal y como son, no como parecen ser. Hay que penetrar a través de la verdad aparente hasta llegar a la verdad última de toda la estructura mental y física. Al experimentar esta verdad, aprendemos a dejar de reaccionar ciegamente, a dejar de generar contaminaciones y de forma natural, las contaminaciones antiguas van erradicándose poco a poco. Así nos liberamos de la desdicha y experimentamos la felicidad auténtica.

El curso de meditación consta de tres pasos. El primero es abstenerse de cualquier acto físico o verbal que pueda perturbar la paz y la armonía de los demás. No podemos liberarnos de nuestras contaminaciones mentales si continuamos realizando actos de obra o de palabra que multipliquen estas contaminaciones. Por eso, el primer paso de esta práctica es un código moral. Nos comprometemos a no matar, no robar, no tener una conducta sexual inadecuada, no mentir y no tomar intoxicantes. Al abstenerse de estos actos, permitimos a la mente que se serene lo suficiente como para poder continuar.

El siguiente paso es aprender a controlar la mente salvaje, adiestrarla para que se concentre en un único objeto, la respiración.

Intentamos mantener la atención en la respiración el mayor tiempo posible. Esto no es un ejercicio de respiración porque no intentamos regularla; la observamos tal y como es, de forma natural, tal y como entra, tal y como sale. De esta manera, aumentamos la serenidad de la mente para que no se deje arrastrar por negatividades intensas; al mismo tiempo, vamos concentrándola y haciéndola más aguda, más penetrante, más capaz de trabajar internamente.

Estos dos primeros pasos, vivir con moralidad y controlar la mente, son muy necesarios y beneficiosos pero conducirán a la represión a menos que demos un tercer paso: purificar la mente de contaminaciones, desarrollando la visión cabal de nuestra propia naturaleza. Esto es Vipassana: la experimentación de nuestra propia realidad, observando en nosotros mismos de forma sistemática y desapasionada este fenómeno de mente y materia en constante cambio que se manifiesta en sensaciones. Esta es la culminación de la enseñanza del Buda: la auto-purificación a través de la auto-observación.

Es algo que puede ser practicado por todos y cada uno de nosotros. Todos enfrentamos el problema del sufrimiento. Es una enfermedad universal que requiere un remedio universal, no un remedio sectario. Cuando sentimos ira, no es una ira budista, una ira hinduista, o una ira cristiana. La ira es ira. Si como resultado de esa ira nos sentimos agitados, no es una agitación cristiana, judía o musulmana. La enfermedad es universal. El remedio debe también ser universal.

La Vipassana es este remedio. Nadie puede objetar a un código de vida que respeta la paz y la armonía de los demás. Nadie puede objetar al desarrollo del control sobre la mente. Nadie puede objetar al desarrollo de la visión cabal de nuestra propia naturaleza para que la mente se libere de sus negatividades. La Vipassana es un sendero universal.

Observar la realidad tal y como es, observando la verdad interior, es conocerse a uno mismo directamente a través de la experiencia. Con la práctica nos liberamos de la desdicha que acarrean las contaminaciones. Partiendo de la verdad externa, burda y aparente, penetramos en la verdad última de la mente y la materia. Esto también termina por trascenderse y se experimenta una verdad que está más allá de la mente y la materia, más allá del tiempo y del espacio, más allá del campo condicional de la relatividad: la verdad de la liberación total de todas las contaminaciones, todas las impurezas, todo el sufrimiento. No importa el nombre que se le dé a esta verdad última; es la meta final de todos nosotros.

¡Ojalá que todos ustedes experimenten esta verdad última! ¡Ojalá que todos se liberen de la desdicha! ¡Ojalá que todos gocen

de una paz real, una armonía real, una felicidad real!

¡QUE TODOS LOS SERES SEAN FELICES!


S. N. Goenka es un maestro de meditación Vipassana en la tradición del ya fallecido Sayagyi U Ba Khin de Birmania.

Aunque de ascendencia india, Goenkaji nació y creció en Birmania donde tuvo la fortuna de conocer a U Ba Khin y aprender de él la técnica de Vipassana. Después de recibir adiestramiento durante catorce años, Goenkaji se marchó a la India y allí comenzó a enseñar Vipassana en 1969. A pesar de ser éste un país profundamente dividido en castas y religiones, los cursos de Goenkaji atraen a miles de personas procedentes de todos los sectores sociales y de numerosos países del mundo.

Goenkaji ha enseñado miles de personas en cientos de cursos de diez días en India y en otros países tanto de Oriente como de Occidente. En 1982 comenzó a nombrar profesores asistentes para que le ayudaran a atender la creciente demanda de cursos.

Hoy se celebran cursos regularmente en todo el mundo y se han establecido muchos centros de meditación bajo su supervisión.

La técnica que enseña S .N. Goenka tiene su origen en una tradición que se remonta al Buda. El Buda nunca enseñó una religión sectaria; enseñó Dhamma —el camino de la liberación— que es universal. Siguiendo esa tradición, la enseñanza de Goenkaji

está libre de sectarismos y por esta razón atrae gentes de cualquier procedencia, con o sin creencias religiosas y de todos los rincones del mundo.



Se puede obtener información adicional sobre la meditación Vipassana incluyendo el calendario de cursos a través de las páginas web:

www.spanish.dhamma.org



www.dhamma.org

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