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30.8.10

Quien es...?


Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? (Mc 8,27)

Hace dos mil años un hombre formuló esta pregunta a un grupo de amigos. Y la historia no a terminado aún de responderla. El que preguntaba era simplemente un aldeano que hablaba a un grupo de pescadores. Nada hacía sospechar que se tratara de alguien importante. Vestía pobremente. El y los que le rodeaban eran gente sin cultura, sin lo que el mundo llama “cultura”. No poseían títulos ni apoyos. No tenían dinero ni posibilidades de adquirirlo. No contaban con armas ni con poder alguno. Eran todos ellos jóvenes, poco más que unos muchachos, y dos de ellos –uno precisamente el que hacía la pregunta- morirían antes de dos años con la más violenta de las muertes.

Todos los demás acabarían, no mucho después, en la cruz o bajo la espada. Eran, ya desde el principio, y lo serían siempre, odiados por los poderosos. Pero tampoco los pobres terminaban de entender lo que aquel hombre y sus doce amigos predicaban. Era, efectivamente, un incomprendido. Los violentos le encontraban débil y manso. Los custodios del orden le juzgaban, en cambio, violento y peligroso. Los cultos le despreciaban y le temían. Los poderosos se reían de su locura. Había dedicado toda su vida a Dios, pero los ministros oficiales de la religión de su pueblo le veían como un blasfemo y un enemigo del cielo.

Eran ciertamente muchos los que le seguían por los caminos cuando predicaba, pero a la mayor parte les interesaban más los gestos asombrosos que hacía o el pan que les repartía alguna vez que todas las palabras que salían de sus labios. De hecho todos le abandonaron cuando sobre su cabeza rugió la tormenta de la persecución de los poderosos y sólo su madre y tres o cuatro amigos más le acompañaron en su agonía.

La tarde de aquel viernes, cuando la losa de un sepulcro prestado se cerró sobre su cuerpo, nadie habría dado un céntimo por su memoria, nadie habría podido sospechar que su recuerdo perduraría en algún sitio, fuera del corazón de aquella pobre mujer –su madre- que probablemente se hundiría en el silencio del olvido, de la noche y de la soledad.

Y sin embargo, veinte siglos después, la historia sigue girando en torno a aquel hombre. Los historiadores –aún los más opuestos a él- siguen diciendo que tal hecho o tal batalla ocurrió tantos o cuantos años antes o después de él. Media humanidad, cuando se pregunta por sus creencias, sigue usando su nombre para denominarse. Dos mil años después de su vida y su muerte, se siguen escribiendo cada año más de mil volúmenes sobre su persona y su doctrina. Su historia ha servido como inspiración para, al menos, la mitad de todo el arte que ha producido el mundo desde que él vino a la tierra. Y cada año, decenas de miles de hombres y mujeres dejan todo –su familia, sus costumbres, tal vez hasta su patria- para seguirle enteramente, como aquellos doce primeros amigos.

¿Quién, quién es este hombre por quién tantos han muerto, a quien tantos han amado hasta la locura, y en cuyo nombre se han hecho también -¡ay!- tantas violencias? Desde hace dos mil años, su nombre ha estado en la boca de millones de agonizantes, como una esperanza, y de millares de mártires, como un orgullo. ¡Cuántos han sido encarcelados y atormentados, cuántos han muerto sólo por proclamarse seguidores suyos! Y también -¡ay!- ¡cuantos han sido obligados a creer en él con riesgo de sus vidas, cuántos tiranos han levantado su nombre como una bandera para justificar sus intereses o sus dogmas personales! Su doctrina, paradogicamente inflamó el corazón de los santos y las hogueras de la Inquisición. Discípulos suyos se han llamado los misioneros que cruzaron el mundo sólo para anunciar su nombre y discípulos suyos nos atrevemos a llamarnos quienes -¡por fin!- hemos sabido compaginar su amor con el dinero.

¿Quién es, pues, este personaje que parece llamar a la entrega total o al odio frontal, este personaje que cruza de medio a medio la historia como una espada ardiente y cuyo nombre –o cuya falsificación produce frutos tan opuestos de amos o de sangre, de locura magnífica o de vulgaridad? ¿Quién es y qué hemos hecho de él, cómo hemos usado o traicionado su voz, qué jugo misterioso o maldito hemos sacado de sus palabras? ¿Es fuego o es opio? ¿Es bálsamo que cura, espada que hiere o morfina que adormila? ¿Quién es? ¿Quién es?


JOSE LUIS MARTIN DESCALZO

8.10.09

los lirios...

Dijo a sus discípulos: “Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis: porque la vida vale más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido.

Fijaos en los cuervos: ni siembran, ni cosechan; no tienen bodega ni granero, y Dios los alimenta. ¡Cuánto más valéis vosotros que las aves!

Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un codo a la medida de su vida?

Si, pues, no sois capaces de lo más pequeño, ¿por qué preocuparos de lo demás?

Fijaos en los lirios, cómo ni hilan ni tejen. Pero yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos.”


LUCAS, 12, 22-27

10.7.09

la mentira...

Si un hombre obra mal,
que no lo haga una y otra vez,
que no se recree en ello.
Dolorosa es la acumulación del mal.

BUDA

Jesús dijo: “No digáis mentiras y no hagáis lo que odiáis porque todas las cosas son claras a la vista del Cielo. Porque nada oculto quedará sin ser manifestado y nada cubierto quedará sin ser descubierto”.

EVANGELIO DE TOMÁS


El corazón sólo sabe como crear
y la cabeza sólo sabe como destruir.

OSHO

9.7.09

el sufrimiento...


Jesús dijo: “Bienaventurado es el hombre que ha sufrido y ha encontrado la vida”.

EVANGELIO DE TOMÁS

17.6.09

el regreso...


Jesús dijo: “Bienaventurados sois los solitarios y elegidos, porque encontrareis el Reino. Porque de él sois y a él volveréis”.

EVANGELIO DE TOMAS

9.6.09

el profeta...


Jesús dijo: “Ningún profeta es aceptado en su pueblo, ningún médico sana a aquellos que lo conocen”.

EVANGELIO DE TOMÁS

8.6.09

el mendigo....


Jesús dijo: “Convertíos en transeúntes”.

EVANGELIO DE TOMÁS

5.6.09

el ayuno...


Jesús dijo: “Si no ayunáis en relación al mundo, no hallareis el Reino. Si no observáis el sábado como el sábado, no veréis al padre”.

EVANGELIO DE TOMÁS

26.5.09

el descanso...

Si encuentras tu descanso en Jesucristo,
ya no volverás a tener un momento de descanso.

ANTHONY DE MELLO

14.4.09

la avidez...



El regalo de la verdad es más excelso que cualquier otro regalo. El sabor de la verdad es más excelso que cualquier otro sabor. El placer de la verdad es más excelso que cualquier otro placer. El que ha destruido la avidez, ha superado todo sufrimiento.


La riqueza arruina al necio, que no busca el Nibbana. Por culpa del aferramiento a las riquezas, los hombres ignorantes se arruinan a sí mismos y a los otros.


La cizaña daña los campos como la avidez a la humanidad. Por lo tanto, cuando se produce sin avidez, los frutos son abundantes.


BUDA. Dhammapada.



Por sus hechos los conoceréis.

JESUS DE NAZARET

17.2.09

las bienaventuranzas...


Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo...

Todo maestro espiritual, ora sea una encarnación divina o un alma iluminada, tiene dos conjuntos de enseñanzas: uno para la multitud, el otro para sus discípulos. El elefante tiene dos juegos de dientes: los colmillos con los que se defiende de las dificultades externas y los dientes con los que come. El maestro espiritual prepara el camino para su mensaje con lecciones amplias: con sus colmillos, por así decirlo, la verdad interna de la religión sólo la revela a sus discípulos íntimos. Pues la religión es algo que puede transmitirse realmente. Un maestro verdaderamente iluminado puede transmitirnos el poder que desarrolla la consciencia divina latente dentro de nosotros. Pero el campo debe ser fértil y el suelo dispuesto antes que pueda sembrarse la semilla.

Cuando las multitudes llegaban los domingos para visitar a Sr¡ Ramakrishna, el místico más vastamente reverenciado de la India moderna, les hablaba de un modo general que las beneficiaba. Pero cuando en torno de él se congregaban sus discípulos íntimos, como me lo contó uno de ellos, se aseguraba de que no acertasen a oírle otros mientras les daba las sagradas verdades de la religión. No es que las verdades mismas sean secretas: están documentadas y cualquiera puede leerlas. Pero lo que él daba a estos discípulos era más que enseñanzas verbales. Con disposición divina, elevaba la consciencia de aquellos.

Cristo enseñó del mismo modo. No pronunció el Sermón del Monte a las multitudes, sino a sus discípulos, cuyos corazones estaban preparados para recibirlo. Las multitudes no pueden aún entender la verdad de Dios. No la quieren realmente

Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

En esta bienaventuranza, Cristo habla de la característica principal que el discípulo deberá tener antes de estar preparado para aceptar lo que el maestro iluminado ha de ofrecerle. Deberá ser pobre en espíritu; en otras palabras, deberá ser humilde. Si un hombre tiene orgullo por erudición, riqueza, belleza o linaje, o tiene ideas preconcebidas acerca de lo que es la vida espiritual o acerca de cómo ha de enseñársele, su mente no es receptiva para las enseñanzas superiores. En el Bhagavad-Gita, el evangelio de los hindúes, leemos: "Aquellas almas iluminadas que han realizado la Verdad te instruirán en el conocimiento de Brahman –el conocimiento trascendente de Dios– si te postras ante ellas, las interrogas y las sirves como discípulo."

Bienaventurados los que lloren, porque ellos recibirán consolación.

Mientras pensemos que somos ricos en bienes mundanos o en conocimiento, no podremos hacer un progreso espiritual. Cuando sintamos que somos pobres en espíritu, cuando nos aflijamos porque no hemos realizado la verdad de Dios, sólo entonces seremos consolados. Sin duda, todos lloramos, ¿pero, por qué? Por la pérdida de los placeres y las posesiones mundanos. Pero no es ése el género de lloro del que Cristo habla. El lloro al que Cristo llama "bendito" es muy raro, porque surge de un sentido de pérdida espiritual, de soledad espiritual. Es un llanto que viene necesariamente antes de que Dios nos consuele. La mayoría de nosotros estamos muy satisfechos con la vida superficial que llevamos. En el fondo de nuestras mentes quizá sepamos que nos falta algo, pero aún nos apegamos a la esperanza de que esta carencia podrán llenarla los objetos sensorios de este mundo.

Sr¡ Ramakrishna solía decir: "La gente llora ríos de lágrimas porque no le nace un hijo o porque no puede volverse rica. ¿Pero quién derrama siquiera una lágrima porque no ha visto a Dios?"
Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.

La ignorancia y el engaño son características de la mente irregenerada. A esta ignorancia la confirma y sostiene nuestro sentido del ego: nuestra idea de que estamos separados uno del otro y de Dios. Deberá vencerse el "egotismo" si ha de liberarse a la mente del engaño. Por tanto: bienaventurados sean los mansos. Pero, ¿por qué Cristo dice que heredarán la tierra?

A primera vista, esto parece difícil de entender. Entre los aforismos yóguicos de Patanjali (yoga significa unión con Dios; también, el sendero hacia esa unión) hay uno que corresponde a esta bienaventuranza: "El hombre que se confirma en no robar se convierte en el amo de toda la riqueza". ¿Qué quiere decir "no robar"?... Significa que debemos renunciar al engaño egotístico de que podemos poseer cosas, de que todo puede pertenecernos exclusivamente como individuos. Podemos pensar: "Pero somos buena gente. ¡No robamos nada! Cuanto tenemos, lo hemos trabajado y ganado. Nos pertenece por derecho". Pero la verdad es que nada nos pertenece. Todo pertenece a Dios. Cuando consideramos algo de este universo como nuestro, nos estamos apropiando de una posesión de Dios.

Los conquistadores, que procuran convertirse en amos del mundo por la fuerza de las armas, jamás heredan nada, salvo preocupaciones, trastornos y dolores de cabeza. Los avaros que acumulan enormes riquezas están sólo encadenados a su oro, nunca lo poseen realmente. Pero el hombre que renunció a su sentido de apego experimenta las ventajas que las posesiones deparan, sin la miseria que trae la posesividad.

A muchas personas les desagrada esta frase de Cristo porque piensan que los mansos jamás podrán lograr nada. Piensan que en la vida no ha de tenerse felicidad a no ser que uno sea agresivo. Cuando se les dice que renuncien al ego, que sean mansas, tienen miedo de que lo perderán todo. Pero están equivocadas. Según las palabras del Swami Brahmananda: "Las personas que viven en los sentidos piensan que están gozando la vida. ¿Qué saben acerca del goce? Sólo quienes están llenos de bienaventuranza divina gozan realmente la vida."

Pero los argumentos no probarán esta verdad. Tenéis que experimentarla; sólo entonces os convenceréis.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

¿Cuál es la justicia por la que Cristo nos quiere hambrientos y sedientos? Es la justicia que, en una cantidad de pasajes del Antiguo Testamento, es prácticamente sinónimo de salvación: en otras palabras, de liberación del mal y de unión con Dios. Esta justicia no es, por tanto, lo que corrientemente juzgamos como virtudes morales o buenas cualidades, no es el bien relativo como opuesto al mal, o la virtud relativa como opuesta al vicio, sino la justicia absoluta, el bien absoluto. El hambre y la sed de justicia de los que hable Cristo es un hambre y una sed de Dios mismo.

A quienes le preguntaban cómo alcanzar a Dios, Sri Ramakrlshna les decía: "Grítale con corazón anheloso, y entonces le verás. Después de la rosada luz del amanecer sale el sol; de modo parecido, el anhelo es seguido por la visión de Dios. El se revelará a ti con la fuerza combinada de estos tres apegos: el apego de un avaro a su riqueza, el de una madre a su hijo recién nacido, y el de una esposa casta a su marido. El anhelo intenso es el modo más seguro de la visión de Dios."

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia

Uno de los aforismos yóguicos de Patanjali, el padre de la psicología hindú, corresponde a esta bienaventuranza: "La calma imperturbada de la mente se alcanza cultivando la amigabilidad hacia los felices, la misericordia y la compasión hacia los infelices, el deleite en los virtuosos, y la indiferencia hacia los malvados."

Ser misericordiosos es una de las condiciones necesarias antes de que podamos recibir la verdad de Dios. La envidia, los celos, el odio: éstas son algunas de las debilidades universales innatas en el hombre. Están ligadas con nuestro sentido del ego que brota de la ignorancia. ¿Cómo hemos de vencerlas? Elevando una ola contraria de pensamiento.

Cuando alguien es feliz, no hemos de sentir celos de él; hemos de tratar de realizar nuestra amistad y unidad y ser felices con él. Cuando alguien es infeliz, no hemos de estar alegres; hemos de sentir compasión y ser misericordiosos. Cuando un hombre es bueno, no seamos envidiosos. Cuando es malo, no le odiemos. Seamos indiferentes con los malvados. Cualquier pensamiento de odio, hasta el denominado "justo odio" hacia el mal, alzará una ola de odio y mal en nuestras mentes, acrecentando nuestra ignorancia y desasosiego.

Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.

En toda religión hallamos dos principios básicos: el ideal a realizar y el método de realización. Todas las escrituras del mundo han proclamado la verdad de que Dios existe y de que la finalidad de la vida del hombre es conocerle. Todos los grandes maestros espirituales han enseñado que el hombre debe realizar a Dios y renacer en el espíritu. En el Sermón del Monte, el logro de este ideal se expresa como la perfección en Dios: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto". Y el método de realización que Cristo enseña es la purificación del corazón que conduce a esa perfección.

Según la psicología del Yoga, hay cinco causas radicales de la mente. Primera es la ignorancia, en un sentido universal, de nuestra naturaleza divina. Dios mora en y en torno de nosotros, pero no somos conscientes de esta verdad. En vez de ver a Dios, vemos este universo de muchos nombres y formas que creemos que son reales. Tal como un hombre que ve una soga tirada en el suelo, en la oscuridad, puede creer, en el crepúsculo de su ignorancia, que es una víbora.

En segundo término, está el sentido del ego, proyectado por esta ignorancia, que nos hace pensar en nosotros como separados de Dios y uno del otro. Del sentido del ego desarrollamos el apego y también la aversión; somos atraídos por una cosa, rechazados por otra. El deseo y el odio son obstáculos en el sendero hacia Dios.

La quinta causa de las impresiones mentales impuras es la sed de vivir, que Buddha llama tanha, y a la que se refiere Cristo cuando dice: "Pues quien salve su vida la perderá". Este apego a la vida, o miedo a la muerte, es natural a todos, buenos y malos por igual. Sólo el alma iluminada no tiene ignorancia, no tiene sentido del ego, apego, aversión ni miedo a la muerte; todas las impresiones han desaparecido.

Un método para calmar la mente y crecer en pureza es procurar sentir que ya somos puros y divinos. Esto no es un engaño. Dios nos creó a su imagen; por tanto, la pureza y la divinidad son básicamente nuestra naturaleza. Si durante toda nuestra vida gritamos que somos pecadores, sólo nos debilitamos. Sri Ramakrishna solía decir que repitiendo constantemente "Soy un pecador", uno realmente se convierte en pecador. Uno ha de tener una fe tal como para poder decir: "He entonado el santo nombre de Dios. ¿Cómo podrá haber pecado alguno en mí?"
"Admite tus pecados al Señor", enseñó Sr¡ Ramakrishna, "y haz voto de no repetirlos. Purifica el cuerpo, la mente y le lengua entonando su nombre. Cuanto más te muevas hacia la luz, más lejos estarás de la oscuridad.

Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios

Sólo cuando hemos sido iluminados por el conocimiento unitivo de Dios nos convertimos realmente en sus hijos y pacificadores. Por supuesto, es cierto que somos siempre sus hijos, aún en la ignorancia. Pero en la ignorancia, nuestro ego está "inmaduro"; es autoafirmativo y se olvida de Dios. No podremos traer paz hasta que hayamos realizado nuestra unidad con Dios y con todos los seres. En el estado de consciencia trascendental (esa perfecta unión divina que los hindúes llamen samadhi) el alma iluminada no tiene ego; su ego está fundido en la Deidad.
Cuando él retorna a un plano inferior de consciencia, es nuevamente consciente de su individualidad; pero ahora tiene un sentido "maduro" del ego que no crea para él ni para los demás esclavitud alguna. Ilustrado este ego maduro, las escrituras hindúes hablan de una soga quemada; tiene la apariencia de una soga, pero no puede atar nada. Sin tal ego, al hombre-Dios no le sería posible vivir en forma humana y enseñar.

Es el pacificador del que Cristo habla en las Bienaventuranzas. Me acuerdo de una vida que he visto: la vida de mi maestro, el Swami Brahmananda. Quienquiera llegaba a su presencia sentía una alegría espiritual. Y dondequiera fuese, llevaba consigo una atmósfera de fiesta.

Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.

Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.

Las personas mundanas no entienden el valor de la vida espiritual. Se burlan a menudo del aspirante espiritual, y a veces le vituperara y tratan de injuriarle. Pero el hombre religioso no reacciona ante esto. Su mente está fija en Dios; por tanto, siente la unidad, ve la ignorancia, y es misericordioso. Pero si es criticado o perjudicado, no se compromete; no escoge complacer a las personas mundanas.

Ningún hombre realmente espiritual cumplirá acción alguna por el hecho de causar una buena impresión a los demás, o a fin de crear prestigio para sí. A veces siente precisamente lo contrario: que si tiene que ir en contra de todo el mundo por causa de Dios, lo hará, y hará eso solo; no le preocupa lo que los demás piensen de él.

SWAMI PRABHAVANANDA

SERMON DEL MONTE SEGÚN LA VEDANTA

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